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Foto del escritorJulieth Pacheco

Amazonas Capítulo II La magia de compartir

Es imposible encontrarse en un lugar tan mágico como el Amazonas y no obtener mensajes del entorno y de las comunidades. El lugar y sus dinámicas hablan por sí solas. Más que palabras hablan las acciones. ¡Bienvenidos a una cena en La Ceiba!




Como les comenté en el capítulo anterior, la llegada a La Ceiba fue completamente increíble y única, la calidez del lugar es especial. Aunque cada una de nosotras tenía habitaciones individuales y nuestras propias actividades, logramos acercarnos y sentirnos en familia con quienes trabajan, viven y con los demás huéspedes. Después de refrescarnos, teníamos programado tomar un taller de cestería con Clara, una mujer indígena de la comunidad de Mocagua. Fue un acercamiento a las labores de la mujer Tikuna, una sociedad en la que el hombre es quien pesca, cultiva en las chagras, provee el alimento y lo que sea necesario. La mujer se enfoca en el cuidado de los hijos, el hogar, el tejido de cestas y demás artículos.

La cestería es un arte, se trata de tejer entrecruzando fibras que extraen de un árbol llamado Waruma, la cual es muy resistente, pues en el pasado los indígenas de estas comunidades usaban las cestas para almacenar grandes cantidades de frutas o tubérculos que obtenían de sus cultivos en las chagras. Hacer uno de estos artículos requiere de una técnica particular y toma tiempo dependiendo del tamaño. Los diseños de estos canastos cambian dependiendo de la capacidad necesitada, Clara nos contó que los más tupidos se usaban para almacenar alimentos pequeños y para los más pesados como el plátano y la yuca, por ejemplo, se tejían fibras un poco más separadas.


Gracias a la guía de Clara, a quien le encanta enseñar, compartir todo su conocimiento y gracias a toda la paciencia que tuvo con nosotras, hicimos un gran trabajo.



Aunque caía el sol y la jornada de nuestro guía Leo había terminado, nos acompañó un rato más para contarnos a profundidad sobre cómo se organizaron las comunidades y los clanes de Mocagua, además de fascinantes historias sobre su cosmovisión. A pesar de que a sus comunidades llegó la influencia de la religión católica, su visión de la creación del ser humano, específicamente del indígena del Amazonas la mantienen de generación en generación a través de la tradición oral, de la misma manera en que la compartieron conmigo.


Su Dios es Nútapa, de quien se dice se encontraba bañándose en una quebrada y fue picado por avispas en sus rodillas y de allí nacieron sus hijos Yoi del lado izquierdo e Ipi del lado derecho, historia que en otras culturas puede semejarse a Caín y Abel pues en ambas, dichos hermanos terminan enemistados. Sin embargo, en la versión Tikuna a estos se les atribuyen acciones tan importantes como la adquisición de la luz, tumbando un árbol que cubría todo el cielo con su frondosidad.


La creación de los indígenas según relatos de abuelos sabedores está completamente ligada al entorno, es por eso que cuentan que hubo una gran tormenta que provocó que del árbol Ñechine se desprendieran unos gusanos que al contacto con el agua de los ríos se convertían en peces los cuales al sacarlos del agua por el Dios Nútapa y sus hijos, se convertirían en los indígenas del Amazonas. Con el paso del tiempo, estos tres personajes vieron que tenían tanta población indígena sin control e identidad, que mataron un caiman, organizaron una cena e invitaron a las personas quienes al probar el alimento, debían decir a qué les sabía, para algunos era jaguar, para otros garza, etc y así se fueron conformando los diferentes clanes que hasta la actualidad llevan nombres de animales.




Esta costumbre está tan arraigada a la comunidad de Mocagua que las casas hechas de madera en su totalidad, tienen pintado el clan o los clanes a los que pertenecen los integrantes de cada familia. Como padre y madre deben ser de diferentes clanes se suelen pintar ambos animales. NO pueden casarse o formar una familia si son del mismo clan.








Las historias que conocen sobre su cultura y que muy amablemente compartieron con nosotras son tan maravillosas, que he decidido próximamente crear un espacio propio, con el fin de contarles ampliamente y con mayor detalle.


El día había sido largo, aunque muy gratificante y al llegar la noche, María nos sorprendió con una deliciosa cena, muy típica del amazonas; bagre envuelto en hoja de plátano, fruta, platano con una melao dulce, arroz,  jugo de copoazul y postre de guanabana.


La cena era realmente fresca pues el Amazonas nos había proveído el pescando, el plátano y las frutas. ¿cómo no agradecer a esta fértil tierra, al majestuoso río por el alimento y a las manos de quien nos preparó tan deliciosa comida? que se encontraba perfectamente dispuesta para compartir en una mesa de varios puestos, en la que conocimos a Luis, un antioqueño radicado en Alemania y a su suegro Manfred, un alemán enamorado de la biodiversidad colombiana, de Mocagua y de La Ceiba y quien no podía pasar cinco minutos cenando sin levantarse a fotografiar los diversos animales que se posaban cerca de nuestra mesa.


Fascinados con la cena, compartimos nuestra primera experiencia e impresión de este mágico territorio, coincidimos con la idea de que volveríamos una y mil veces al lugar que cada segundo nos enseña que vivir con lo esencial no es tener poco, es vivir cerca a aquello que hace posible que millones de personas y especies existan y subsistan. Tuvimos alrededor nuestro, uno de los más grandes tesoros del planeta, lo cual no es poco ¡lo es todo!


Reflexionamos sobre la manera en cómo los grupos indígenas Tikunas, Cocainas, Uitoto, Yagua y Ocaimas cambiaron una tradición tan arraigada como la caza de fauna silvestre y ahora han emprendido proyectos comunitarios de conservación y de turismo sostenible en pro del balance y equilibrio del Amazonas, un ejemplo y un mensaje poderoso de transformación social, positiva y sostenible para la humanidad. La conversación continuó hasta cerca de las 11 de la noche, amenizada por una increíble banda sonora producida por cientos de animales nocturnos, que nos recuerdan que el Amazonas no duerme ni cuando el sol se oculta.


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