Como es usual en nuestro país se riega la oleada de lamento y luto por parte de algunos cibernautas. Por el atentado del carro bomba en la Escuela de Cadetes de Policía General Santander, manifestaron expresiones referentes de rechazo, y “luto” por este ataqué, claro, no está mal, pero para muchas personas y medios se les llena la boca cuando se habla sobre todo de terrorismo.
Como buenos 'colombianos' no faltan los comentarios, trinos, memes y hasta titulares de prensa en varios tonos alusivos por el atentado, difundidos masivamente a través de las redes sociales.
Sin embargo, indigna ver al colombiano promedio de marchar contra la violencia y sintiéndose orgullosos de salir e insultar a quienes no piensan igual que ellos,pero tampoco salen a las calles de los 153 líderes sociales asesinados sistemáticamente.
El colombiano promedio justifica la venta de Isagen, Reficar, Ecopetrol, el escándalo de corrupción de Odebrecht o se creen con la capacidad de decirle al vecino país como debería llevar su país.
Otra de las situaciones que pasa desapercibida son los atentados en la región del Pacífico colombiano. Lo más irónico es que estos actos parecen no sorprenderles, puesto que estas situaciones parecen ser muy 'normales' dentro de nuestro contexto histórico, tal vez, es por eso que se asume una postura tranquila despreocupada porque ya es normal observarlo.
¡Entonces hagamos memoria! porque lamentablemente han sido varios episodios que se han encargado de marcar la historia de las comunidades que habitan las costas del Pacífico, recordemos que sus habitantes también son colombianos y están indignados por el olvido estatal y borrados hasta del propio pueblo del que hacen parte.
Desde 2016, durante los tres primeros meses de cada año, hasta hoy, 23.231 personas fueron afectadas por limitaciones al acceso de la tierra. Además, en 2017, más de 5.520 fueron víctimas de desplazamientos masivos en Colombia, 14 % más con respecto al mismo periodo del 2016. De estos, un total de 5.380 pertenecen a la región pacífica. Así lo indican cifras de la ONU.
Es aberrante leer el periódico o encender la televisión y encontrar en pleno almuerzo, este tipo de noticias que le amargan profundamente el alimento:
Alertan sobre derrame de crudo en Tumaco
“Los tumaqueños y quienes habitan a lo largo de la Costa Pacífica nariñense no solo tienen que soportar los ataques guerrilleros al oleoducto Trasandino, como pasó el 4 y 5 de noviembre pasado, sino las frecuentes perforaciones a la tubería que han impactado el ecosistema”. (El Tiempo, 11 de noviembre 2014).
Los atentados una y otra vez se repiten dejando sin agua a doscientas mil personas.
“No habían pasado más de 24 horas desde que al puerto nariñense de Tumaco retornó el servicio de energía, para que sus 200.000 habitantes sufrieran un nuevo golpe. Desde la mañana de este miércoles no tienen el servicio de agua”. (El Tiempo, 24 de junio 2015).
Así mismo, informes que enferman el alma: “las casas de pique” en Buenaventura. Acciones ejecutadas por las bandas criminales (paramilitares), que violan los derechos humanos de los habitantes del puerto marítimo más importante de Colombia, esta fue una realidad que se ocultó durante mucho tiempo, pero que fue develada tras varias investigaciones realizadas…
“En Cali los asesinatos tienen en vilo a esa ciudad, en Buenaventura la cruenta guerra entre bandas criminales sigue cobrando vidas y desplazando a la población. Y es que en los últimos meses las autoridades revelaron que en el puerto existía una macabra práctica de asesinatos: las ‘casas de pique’. Hasta el momento sólo se han logrado identificar cinco víctimas que fueron desmembradas y botadas al mar (…)”. (El Espectador, 11 de octubre 2014).
De acuerdo a la información anteriormente expuesta cabe preguntarse que quienes son realmente los más afectados son las comunidades indígenas, afro y campesinos de la otra cara de Colombia, la rural. Quizá usted, que vive tranquilo en alguna metrópolis de Colombia que no tiene los altos índices en materia de violencia y seguridad, no le afecta directamente sino indirectamente como lo demuestra la siguiente exposición:
“El estudio encontró que las principales debilidades en materia de percepción siguen siendo la baja seguridad y la problemática en la movilidad, que se presenta en las catorce ciudades de la Red, en donde vive el 50% de la población urbana del país.
Natalia Escobar, directora de la Red Cómo Vamos, afirmó que “el reto es hacer que la gente se sienta más segura porque eso está afectando su calidad de vida”.
Las ciudades con mayores tasas de homicidios, por ejemplo, fueron Cali con 85,7%; y Yumbo con 56,4%. En contraste Bogotá y Bucaramanga presentaron las tasas más bajas con 16,7% y 15,9%; respectivamente”. (El Colombiano, 10 de febrero 2015).
Aparentemente otras ciudades en Colombia son “mejores” y más vivibles que otras, pero en esta encrucijada también cabe cuestionarse sobre aquellas regiones que fueron perjudicadas por su cercanía con el conflicto armado que duró más de 60 años, en ese orden de ideas sería interesante cuestionar ¿por qué algunas personas se burlan de su propia cultura? ¿Cómo es posible faltarle al respeto al pueblo afrodescendiente que ha llevado a cuestas un legado de lucha, de paz y resistencia?
Y volviendo con la historia, ¿Cómo es posible sentir indignación por un comentario extranjero, es paradójico que usted se sienta triste porque la selección Colombia pierde un penalti o mejor un partido? ¿Acaso ha visto en alguna ocasión que los países desarrollados se preocupen más por un juego que por el desarrollo social, económico y cultura?, ¿Quiénes son los más ‘malparidos’ que guardan silencio?
Tal vez sea usted que sí vive en Colombia.
Nos escandalizamos porque nos dicen la verdad que no deseamos escuchar, pero guardamos silencio cuando aún niños en la Guajira y el Chocó Bajo Baudó mueren por alta desnutrición:
“Son más de doscientas criaturas especialmente de comunidades indígenas, las que se encuentran en peligro de muerte, debido al alto grado de desnutrición que padecen, lo más grave, ante la indiferencia del Estado”. (El Espectador, 31 de mayo 2012).
¡Eso que nos va a importar!, usted también es cómplice por guardar silencio y no interpelar ante el Estado una sociedad más justa y equitativa. En solo 3 años murieron 20 niños por desnutrición y diarrea aguda en el Chocó. Ahora tampoco parece ser alarmante que en el transcurso del presente año sigamos en las mismas o hasta peor que nuestro vecino país llamando y haciendo comentarios incendiarios sobre intervenir militarmente a Venezuela.
“Por cuenta de la muerte de 20 menores en lo corrido de 2015 en el departamento del Chocó (…) Fernando Ruíz Gómez, viceministro de Salud Pública, de las 20 muertes 18 corresponden a una enfermedad diarreica aguda, relacionada -al parecer- con el consumo de agua”. (El Espectador, 4 de marzo 2015).
¿Por qué nadie se indigna por estos actos que en pleno siglo XXI no deberían estar pasando?
Es importante rememorar el plantón por el respeto a la vida de las mujeres afro en Quibdó, con el fin de rechazar profundamente la ola de violencia contra las mujeres, especialmente en el departamento del Chocó, sin embargo, después del llamado a las autoridades competentes los hechos lamentables no han parado, por el contrario, siguen cobrando la vida de más personas inocentes.
Pero eso no es lo que le importa al colombiano promedio, porque la cultura que llevamos en la sangre es el fútbol y novelas, la del espectáculo, la del pan y circo como en los tiempos de la antigua Roma. Nos segamos por pasiones y nos dejamos llevar por la emoción. Tenemos el chip de exigirles más a los deportistas James Rodríguez y Radamel Falcao García para que jueguen 'mejor' pero no somos capaces de exigirle al dirigente o político de turno para que haga un mejor trabajo a favor del bienestar de las comunidades afro, indígenas y campesinas, pero de eso nos hacemos los ciegos.
“Debe ser que no hemos asumido nuestra propia identidad (…) Como esto no es mío, no hay una cultura a la propiedad (…) Este país se escandaliza porque uno dice hijueputa en televisión, pero no se escandaliza cuando hay niños limpiando vidrios y pidiendo limosnas, eso sí no, eso es un folklore”, dijo Jaime Garzón durante el programa de Yo José Gabriel.
Ahora la historia vuelve y se repite, ya no es 'hijueputa' dicho por Jaime Garzón sino “una banda de malparidos” dicho por un periodista argentino, nos escandalizamos, nos enferma, nos rebota de ira, pero por el contrario no pasa nada con los atentados en pacífico, ni mucho menos con el racismo y la discriminación que han crecido masivamente durante los últimos años, tal vez nos parece tan normal que sigan pasando desapercibidas estas acciones y bajo esto no hay ningún tipo de arrebato colombiano.
Y aun así seguimos siendo unos malparidos.
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